Por el Pastor Arturo Muñoz Guzmán
Es costumbre en nuestro país, que en el mes de Diciembre se celebren fiestas en honor a la Virgen de Guadalupe. Cientos de miles de personas salen de sus casas en procesiones, para rendir culto a esa imagen. Miles de ellos sufriendo penalidades, muchos vienen de rodillas y éstas ensangrentadas por la lejanía desde donde han venido hasta sus santuarios. Todos tienen un denominador común: son sinceros en su fe, pero han sido engañados. Posiblemente usted, amable lector es uno de ellos.
Antes de que usted se sienta ofendido y sea tentado a dejar de leer este periódico, por favor permítame darle algunas razones por las cuales yo no soy guadalupano:
1. ¿Por qué no soy guadalupano? Porque la aparición de la virgen es una farsa. La supuesta aparición de la virgen ocurrió allá por el año 1531. Pero no existe un relato hecho por escritores de ese tiempo. La aparición no fue verificada en su momento, y no fue verificada por causa de que esa aparición no lo fue en realidad. Fue hasta 117 años después cuando el vicario de la ermita, Luís Lasso de la Vega, por causa de que, otras apariciones de en diversos lugares, iban cobrando mayor importancia y hacían que sus ingresos fueran disminuidos, que publicó un documento en náhuatl Nicam mopohua, inventando las cuatro apariciones y autentificar lo milagroso de la virgen. En 117 años hay un gran silencio sobre las apariciones, ningún escritor hace mención de ellas. Bernal Díaz del Castillo, en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, hace mención solamente que había ya “una Iglesia de nuestra señora de Guadalupe” en un lugar conocido como “lo de Tepeaquilla” o “Tepeacac”. Dicha Iglesia fue construida en el mismo lugar en el que los indios hacían sus sacrificios idolátricos a Tonantzin (que quiere decir: nuestra madre), sustituyéndola por otra nueva, una madre no de piedra o barro, sino una pintura de una morenita, parecida a los inditos conquistados.