Rev. Noé Mendoza
Pastor de la Iglesia Bautista Betania de Mission, TX.
El tratar con el origen de la existencia del hombre ha sido un tema de mucha controversia para el humano. Su origen se ha explicado desde dos puntos de vista. El punto de vista humano, explicado en la teoría de la evolución que declara sin pruebas científicas ni lógicas que el hombre llegó a existir por medio de un proceso evolutivo, sin poder explicar de dónde vino el germen original del cual evolucionó el hombre hasta llegar a ser la persona racional que hoy es. Esta teoría se rechaza porque en primer lugar, ignora a Dios, su poder y sus propósitos eternos, y en segundo lugar, porque presenta al hombre como un ser irracional, irresponsable, inútil y sin destino fijo.
El punto de vista divino, registrado por revelación divina en las Sagradas Escrituras declara: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” Génesis 2:7. El texto divino revela aun más sobre la creación y existencia del hombre. “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” Génesis 1:27. Basados en el texto sagrado afirmamos que el hombre es producto de la mente y la mano del Dios omnipotente, quien lo creó, racional, responsable, con propósito y con destino eterno.
Basados en la revelación divina se puede afirmar que el humano es por un lado materia, por otro in-materia. En cuanto a la materia la Escritura declara que “Jehová formó al hombre del polvo de la tierra.” Esta declaración es comprobada por la ciencia, pues la química nos confirma que los elementos que se encuentran en el cuerpo humano, se encuentran también en los muchos elementos que están en la tierra. Esta realidad científica es compatible con la declaración divina: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelva a la tierra, porque de ella fuiste tomando; pues polvo eres y al polvo volverás” Génesis 3:19.
El hombre es también in-materia, pues se declara en la revelación divina: “….y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.” Génesis3:7b. El hombre llegó a ser un “ser viviente” por medio del soplo divino. Se puede afirmar, entonces, que Dios el creador trasmitió al hombre el elemento que convierte al hombre en un ser eterno. Las Sagradas Escrituras revelan que el hombre, en su estado original, al momento de su creación tenía en su total perfección “la imagen de Dios”.
Sabemos por el relato divino en la inspirada palabra de Dios que el hombre fue puesto por Dios en el huerto del Edén. “Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado.” Génesis 2:8. En ese lugar Adán y Eva fueron probados por Dios al ser instruidos sobre su actitud hacia al árbol de la ciencia del bien y del mal y las consecuencias si desobedecían. “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” Génesis. 2:15-17. Por las Sagradas Escrituras sabemos que Satanás usó la serpiente, una de las criaturas del huerto del Edén para tentar a Eva (Génesis 3:1-6). Eva comió del fruto del árbol prohibido por Dios y “dio también a su marido, el cual comió así como ella” Génesis 3:6. Este acto de desobediencia a Dios se conoce como la caída del hombre.
Como resultado de la desobediencia de Adán y Eva la sentencia divina se hizo realidad en ellos (Génesis 2:17). Ambos sufrieron la muerte espiritual inmediatamente y experimentaron una transformación maligna. Llegaron a ser degenerados y depravados completamente. Adán y Eva son los únicos seres humanos que llegaron a ser pecadores por un acto voluntario de escoger el mal. Todo los demás seres humanos descendientes de Adán no llegamos a ser pecadores, sino más bien nacemos pecadores.